Más que un adorno
La revelación llegó durante la cena en casa de unos amigos. La vela empezó a derretirse sobre la mesa en curiosas formas que llamaron mi atención. En ese instante recordé la frase, si no encuentras lo que buscas, invéntalo. Y deseé con todas mis fuerzas ser diseñadora de joyas. La cera todavía estaba caliente y dúctil, no tenía herramientas, de modo que empecé a modelarla con mis manos. Me gustó la experiencia y mis huellas dactilares quedaron impresas sobre la superficie rugosa.
Me puse en contacto con un taller que fundía las obras del artista Eduardo Chillida. Me sentí intimidada antes de la primera reunión, pensaba que no iban a aceptar mi trabajo. Recuerdo mi grata sorpresa cuando el señor Pacheco, el dueño, opinó “tus joyas son muy originales”.
Fundieron en plata esas piezas, eran hojas de diversos tamaños que conformaron mi primera colección. Monté con hilos de seda las más grandes, como la palma de la mano, que colgaban majestuosas sobre el cuerpo. Fue una declaración de principios.
Me había enamorado de la joyería. Y escuché una voz en mi interior, o ahora o nunca, que se ha repetido varias veces a lo largo de mi vida. Abrí un hueco para desarrollar esta nueva pasión.
Desde ese día, mis cuadernos se llenaron de dibujos, de ideas. Todo servía. Viajes, visitas a museos, anotaciones sobre naturaleza, piedras, arena, árboles, flores, nubes. Cualquier cosa puede convertirse en fuente de inspiración.
Comencé a engastar piedras en el metal, mezclar los esmaltes, retorcer el oro y la plata con instrumentos similares a los que se utilizaban en la antigüedad. El procedimiento sigue siendo ancestral: laminado, troquelado, golpear el metal con el martillo, desbastar con la lima. Trabajar el original en cera para fundirlo con el procedimiento a la cera perdida, dejarse llevar por la magia del fuego cuando derrite el metal y entra precipitadamente en el molde. Y, vuelta a empezar con el martillo y la lima.
Nunca he desarrollado grandes series, sino ediciones limitadas. Esto hace que cada pieza adquiera un nuevo valor, sea original y diferente de las otras.
Ana Arambarri
A lo largo de la historia las joyas han sido portadoras de significado ritual, sagrado, mágico, o suntuario…. Para mí, es mucho más que un adorno. Forma parte de la piel, define a la persona.
Foto: Teresa Gumuzio